Programa de extracción continua
por Catalina Montero Bastías

Laqhaña
del Aymara
1. (v.) Sacar la tierra con el hocico (solo animales).

Sacar la tierra, con el hocico o con la boca –a diferencia de utilizar las manos o los pies– es una señal inequívoca de una búsqueda desesperada. En ese rastreo ciego es el impulso por aquello que se sospecha bajo la tierra lo que mantiene el ímpetu necesario para seguir escarbando. En Laqhaña, Natalia Montoya Lecaros extiende el término hacia la remoción completa de aquello que la conforma y sostiene. La artista busca compulsivamente a través del maquillaje, los vestuarios, la fotografía, la performance secreta y personal, el imaginario pop y el simulacro, los componentes problemáticos de su identidad.
Los elementos que componen esta muestra son parte del proceso que persigue Montoya y dan cuenta de manera muy clara la realidad nacional en los años 90 –años formativos de la artista. Uno de los legados de la dictadura de Augusto Pinochet fue el sistema económico que se mantiene hasta el día de hoy: donde son las cosas y los objetos que adquirimos aquellos que nos definen y valorizan como sociedad. Sin embargo se produce una crisis cuando crecemos en un contexto donde son las cosas aquellas que nos definen y determinan, al mismo tiempo que somos reconocidxs legalmente por un estado como parte de la población indígena andina. Sobre todo cuando es ese mismo estado el que intenta caracterizar y normar aquella población. Entonces, ¿soy lo que tengo o soy lo que me dicen?
Existe un imaginario bastante reducido, claro, especifico y castigador respecto a la “figura indígena”: se espera algo de aquellxs cuerpos ya que existe “una manera especifica de ser” dictada por el estado, los gobiernos, las instituciones y los supuestos que éstos construyen.
Qué ocurre entonces cuándo debo asimilar una manera de verme y reconocerme basada en construcciones exteriores, paternalistas, idealistas y coloniales en un contexto donde son los colores, las luces, el ruido, el dinero, el plástico y el espectáculo aquello que parece posicionarme de mejor manera en mi país.
El cubrimiento por medio de prótesis, el reconocimiento a través de elementos que no hacen más que esconder, parecieran ser una pista de la esquizofrenia latente de una generación nombrada y normada por una economía tramposa. Está presente y de manera muy ruidosa en la obra de Montoya, la batalla por la reivindicación de la diferencia a través de la apropiación de los íconos y símbolos culturales propios de las culturas andinas- Pareciera ser un deber y obligación encarnar aquellas imágenes que componen y construyen Lo Otro para poder nombrarse a si misma. Sin embargo y simultáneamente, se cuela de manera silenciosa, constante, visible y sostenida aquella cultura que nos conforma a través de la televisión y el show mediático. Confluye todo paralelo, coexiste todo simultáneo y se instalan en el mismo plano –exigiendo el mismo espacio y protagonismo– todo el imaginario epocal de la artista.
Esta muestra es la evidencia de la búsqueda. Es la irresolución de su identidad y de su nombre. Es, quizás, el señalamiento de su imposibilidad. Porque pareciera que lo que ocurre tras todos los procesos constantes y obligatorios de la artista, no hacen más que aumentar el problema, y sin embargo la vitalidad de los arrebatos identitarios de Montoya no hacen sino continuar más resistentes e inquisitivos. Sacar la tierra no es suficiente, pareciera necesario vestirla, comerla, cuestionarla, utilizarla y trasladarla, para que en ese desentierro confuso y extractivo, ocurra el propio nombramiento.